sábado, 3 de enero de 2009

LA NIEBLA (caligrafiando el rostro de Edgar Allan Poe)



From childhhod´s hour I have not been
as others were; Ihave not seen
as others saw; I could not bring
my passions from a common spring.
From the same source I have not taken
my sorrow; I could not awaken
my heart to joy at the same tone;
and all I loved, I loved alone.
EDGAR ALLAN POE


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OCTUBRE NEGRO ESPERA DETRÁS DE LA BARRA. Labios melancólicos se desprenden de sus tragos, la anatomía de la noche puede definirse en la neblina de una taberna. Unas pocas monedas me recuerdan el mísero destino de mi signo zodiacal. Humo, sífilis y fantasmas. Fiebre al acecho. Crimen con medio rostro en la locura. Salgo de la cantina, el hígado me explota. Vuelvo a ser ese pedazo de sombra que concebí a la mitad del sueño. Otra vez el mar de luciérnagas se presenta, la ciudad hinchada en sus avispas, el traidor tic tac vuelve a presumir su ritmo a mi corazón. La gravedad sigue buscándome la espalda. Ni un aliento que se escape hacia la luz, sólo Plutón, mi gato negro, que viene a devolverme la soga y el favor.


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DESPIERTO EN EL DELIRIO, EN EL PROSCENIO DE UNA CRUEL PESADILLA. Descubro que tengo por familia una pareja de cómicos. Mi padre alcoholizado mira a mi madre pariendo un escorpión y escapa atravesando el espejo sin pedir perdón. Sigo durmiendo, escucho el golpe de la caída de mamá. Una lechuza me amamanta, salgo de la cuna y me alimento de arañas. Empiezo a crecer aceleradamente, me asusta la condición de infante. Voy a Virginia donde un tal John dice será mi padre. Dibujo sobre el techo de mi cuarto la ciudad en el mar, el valle de la inquietud, hasta que por fin el gusano conquistador me cuenta de El dorado. Me aterra el mundo, prefiero permanecer dormido. A medianoche me visita un cuervo que viene a comerse mi corazón, y con manifiesto cinismo me repite: Nevermore.


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FUI BAUTIZADO CON EL NOMBRE DE EDGAR. Verde nombre como mi rostro entre tinieblas. En las tabernas hacía llamarme: Edgar a poet, y las criaturas de la noche me saludaban con franqueza. La escuela no fue nunca buen recurso para salvarme de la locura, en lugar de matemáticas preferí siempre la aritmética del whisky o del ron. Vi de frente la desnudez de la noche, me hundí entre sus piernas, besé de lado los labios de la luz, y seguí bebiendo. El puente sobre el que caminé no fue otra cosa que una sanguijuela saciándose de mí. Tuve el privilegio de pisar el abismo de la tortura, hundí de frente mis ojos en las dagas de lo desconocido, así me convertí en un príncipe maldito. El eco de mi voz penetrará en la sangre venidera, porque el aire está manchado con mi aliento. Una sola cosa desee en este mundo, y aún así jamás se me concedió.


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NACÍ UN 19 DE ENERO DE 1809, LO CUAL ME CONVIERTE EN CAPRICORNIO. Saturno me tumba a placer. Soy hijo de la depresión. Soy de tierra, nocturno, y propenso a la violencia a pesar de mí. La culpa me muerde la sangre. Mi día casi siempre es el sábado, lo que me vuelve bebedor. Debajo de mi almohada guardo un ónice azabache, en las ventanas tengo macetas con belladonas y por donde camino dejo un olor a madreselva. Sé desde ahora que mi muerte será violenta, mi vida irá siempre en picada, tengo en la frente tatuado el símbolo del fracaso. Mi vida está ahogada en enigmas. Espejos y fantasmas se ocultan bajo mi cama. En la adolescencia, a causa de mi timidez, fui objeto de burla para las mujeres, blanco de crueldad. Desde la mordida y los rasguños de Plutón me he vuelto irritable, sufro alteraciones nerviosas y el sueño se me escapa de las manos. Cada vez que veo al carnicero partir el hígado restrego mi espalda entre sus piernas y lo único que alcanzo a murmurar es un débil: miau.


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LA MUERTE ME TOCA EL HOMBRO CON SUS HUELLAS DIGITALES. Ayer murió John Allan , mi padrastro. Estoy seguro de que cada vez quedo más huérfano de mí, tan seguro como que John Allan no me nombró en su testamento. Sentado en la cantina, intento dibujarme sobre la barra con líneas de sal y me sale un horrible garabato. Apenas ayer fui educado en los mejores colegios de Inglaterra y América. A los diecisiete ingresé en la universidad de Charlottesville, pero estuve más tiempo en la taberna que quedaba a un par cuadras. Pienso cambiar mi nombre por el de Edgar Allan Perry para firmar mis delirios. Olvido el lenguaje de los hombres, el ron hincha mi frente con fantasmas. Juego con Plutón, me encaja un diente, lo tomo del pescuezo y con una navaja le vacío un ojo. Me vuelvo indiferente a los sentimientos ajenos. Me doy cuenta de que empiezo a parecerme cada vez más al horrible garabato.


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LA MAÑANA ME ENCAJA LAS UÑAS Y EL REMORDIMIENTO ME VACÍA LAS VENAS. Escribir es lo único que se hacer. La América sólo pide a las letras el pensamiento baladí como buen incienso, o el discurso moral que coopere con el progreso. Me apunto como voluntario en el ejército, juego a los soldaditos por primera vez, aspiro al oficialato y soy botado por desobedecer una orden. Con veintidós años vuelvo a mi celda, a levantar nuevamente la roca. Me entierro en el estiércol imitando un escarabajo y vuelvo a poner mi fe en los sueños como en las únicas realidades.


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LA LUZ ME HIERE EL ROSTRO CON UNA MIRADA. Despide los vapores de mi crápula nocturna. El gato negro sube a mi pecho, me mira de frente, y encuentro que los gatos no tienen ojos, es una ilusión apenas. En la sombra que proyecto escondo mi alma –me dice el gato--, todo lo que tengo me es regalado por ella. Cuando alguien pisa mi sombra, la cola se me hace nudos y quedo paralizado. Soy símbolo de libertad, porque todos ignoran mi sombra. Por las noches evito la luz que me lastima. Dicen que los gatos tenemos muchas vidas y es porque se insiste en matar el cuerpo del gato, su mero espejismo. Para matarme debes herir tu sombra, después quemarla. Baste decir --concluye--, que he tenido la audacia de conservarme pobre para guardar mi independencia. Aprende de mí, malviviente.


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YAGO EN EL PICO DE UN CUERVO, los delirium tremens me cobijan del frío, el cuervo me devora, me hundo. De las paredes surge una heroína de pálida sonrisa. Vengo a curarte la fiebre, a lavarte los párpados para arrancarte las pesadillas –me dice con voz de muerta su mirada--, soy la cueva donde podrás colgarte a dormir, la mano que viene a limpiar los alacranes de tu frente, soy muda pero se que puedes entender el lenguaje de los árboles nocturnos; mis pulmones se deshacen así que aprende pronto todo esto que no te digo. Despierto y encuentro a mi prima Virginia a los pies de mi cama entregada a sus labores de costura. Intenta decirme algo y los labios se le despegan del rostro.


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LAS CAMPANAS DESPRENDEN SU ANGUSTIA el día de nuestra boda y con razón. Pero qué me importan, Virginia, tus apenas catorce años de edad. Qué me importa que te conviertas en niña esposa, si conservas aún tus ojos color violeta, si tu cuerpo sigue proyectando la delgada sombra del gato. Te llames Eulalia, Virginia, Ulalume o Anabel Lee, resulta lo mismo para mis manos temblorosas, mientras conserves en mí el don de borrar la frontera entre lo sensible y lo ideal. Sé que si te quedas a mi lado hasta las cuatro o cinco de la mañana sirviéndome café, me sentiré confiado y podré cerrar los ojos con la seguridad de que los fantasmas no vendrán por mi.


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A MEDIANOCHE CON LA LUZ DE UNA VELA QUE CIERRA LOS PÁRPADOS la Tía Clemm y Virginia cosen una sotana para el cura. Virginia se pincha un dedo y sangra. Algo dentro de mí se enciende y saca las uñas; salgo a la calle, encuentro un cisne y bajo la luna le trueno el cuello, le arranco una pluma y escribo algo para venderlo. Regreso a casa al amanecer con un billete de cinco dólares en el bolsillo, el dedo de Virginia sigue sangrando, tomo el billete y le limpio la herida. El cuervo se burla de mí desde la ventana.

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LOS ALFILERES Y NAVAJAS ENVIDIAN EL PELIGRO DE LA MUERTE. La tuberculosis de Virginia se agudiza. Su rostro se vuelve transparente, el aliento se le evapora. Nos mudamos a Fordham, vivimos en una casa de campo que más parece un espejismo. Virginia hundida en la fiebre suda sus fantasmas, se le congela la sangre. No hay dinero para leña y la tía Clemm llora sobre espinas. Tomo mi antiguo abrigo militar y cobijo a Virginia que cada vez tiene la sombra más delgada. Obligo a Plutón a dormir entre sus seños para que le comparta el calor. Todo es inútil, a la mitad del sueño su sombra se levanta y enciende la noche. Desde la casa de campo en Fordham todavía puede verse un gato negro corriendo en la luna dibujando el rostro de Virginia.


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ANTES DE LLEVAR A VIRGINIA AL CEMENTERIO LE QUITO EL ABRIGO, y me lo pongo con la esperanza de encontrar algo de ella todavía en la piel de la prenda, o para compartir su muerte en partes iguales. Frente a su tumba los fantasmas me señalan, aterrado pienso en sacarme los ojos. Un cuervo se detiene en mi hombro. En las bolsas del abrigo sólo encuentro escarabajos, tomo un puñado y lo arrojo a la tumba. De vuelta a casa, tomo a Plutón y lo recuesto sobre mi pecho, y el abrigo ... no vuelvo a quitármelo jamás.


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TOMO UN LIBRO DEL ESTANTE: "EL MEJOR MÉTODO PARA EL TRATAMIENTO DE LOS LUNÁTICOS". Aconseja el almíbar real de manzanas en las pasiones melancólicas. No da resultado. Intento con tamarindo, ciruelas pasas, sena, fumaria, policodios, borragas, y buglosa. Sigo igual, el recuerdo de Virginia me arranca las pestañas. Empiezo a tomar pastillas de bezoartick que contienen cráneo de ciervo y cráneo de hombre con buena salud muerto en el cadalso; sobra decir que no funciona. Viendo que nadie acuchilla mi nostalgia, recurro al último remedio del libro: la equitación, remedio infalible, cura hasta los fantasmas. Monto un día entero a caballo y nada muele el alacrán de mi corazón. Furioso vuelvo al libro y leo al final una última nota: la equitación es un remedio infalible para toda clase de locura y melancolía, a razón, de encontrar al caballo perfectamente adaptado al temperamento del enfermo.


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A LA MITAD DEL DÍA, LA NOCHE ABRE SUS MUSLOS Y TODO SE OSCURECE. Mujeres desnudas corren perseguidas por jabalíes. Estoy sentado en la caparazón de una tortuga, el filo de una navaja me seduce, ebrias de ganas mis venas se dilatan, la navaja me sigue convidando su filo. Se acerca Plutón mi gato negro y con herida voz me dice: Nuestros padres nacieron y se marcharon sólo para que nosotros pudiéramos nacer, nuestros abuelos hicieron lo mismo por ellos. Tú eres producto de varias generaciones, 76 fueron necesarias para lograrte; ahora estás aquí, pedazo de niebla, con una enorme responsabilidad sobre tu sombra. De una mordida Plutón devora un escarabajo y escupe un ojo. Tomo la navaja, le corto la lengua al gato y la cuelgo de mi pecho. De pronto los muslos de la noche se cierran, vuelve el mediodía, los gallos despiertan y cantan. Todo sigue igual, pido otra copa.

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AL FIN ME DOY CUENTA DE QUE LOS GATOS NEGROS SON BRUJAS DISIMULADAS COMO LA NIEBLA –recuerdo que decía Virginia con insistencia--. El mar de luciérnagas se acerca y devora mis pupilas; el vértigo de la pesadilla me conduce al infierno. Duele la respiración cuando la sangre se coagula en la garganta. El laberinto pervierte sus formas. La luz me saca la vuelta como si fuera una peste. En Nueva York, la gente huye de mi, de mi odiosa presencia. Mi sombra se adelgaza. No se hace esperar la silueta del cuervo y me arranco un ojo. Plutón se desnuda de su piel de gato, coge la mancha blanca de su pecho, y me la amarra al cuello. Plutón con cuerpo de mujer lame mi frente y lo último que alcanzo a escuchar es una delgada voz femenina que me dice: bienvenu.


POSTDATA

Yo, Edgar Allan Poe, en pleno uso de mis facultades quiero declarar haber sido siempre enemigo mortal de la teoría de la inspiración o intuición extática del artista. Quiero dejar claro a la hora de mi muerte, que no solamente el desarrollo, sino la concepción misma de mi poesía sobrevino de un simple proceso lógico, que mis poemas avanzaron desde su origen hasta su terminación con el rigor de una operación matemática. Confieso ante todo, que siempre empecé por el final, por el último verso, por la extensión, el propósito, el tono, el asunto y hasta el personaje central del poema. Así pues, en esta Niebla, sólo quise escribir un poema que repito a continuación:


LA NIEBLA

Octubre negro espera detrás de la barra.
Despierto en el delirio, en el proscenio de una cruel pesadilla.

Fui bautizado con el nombre de Edgar.
Nací un 19 de enero de 1809, lo cual me convierte en capricornio.

La muerte me toca el hombro con sus huellas digitales.
La mañana me encaja las uñas y el remordimiento
me vacía las venas.

La luz me hiere el rostro con una mirada.
Yago en el pico de un cuervo
las campanas desprenden su angustia.

A la luz de una vela que cierra los párpados
los alfileres y navajas envidian el peligro de la muerte.

Antes de llevar a Virginia al cementerio
le quito el abrigo,
tomo un libro del estante:
el mejor método para el tratamiento de los lunáticos.

A la mitad del sueño la noche
abre sus muslos y todo se oscurece.
Al fin me doy cuenta de que los gatos negros
son brujas disimuladas
como la niebla.

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